Me despertó la desagradable sensación de humedad en todo el cuerpo, la camiseta y los pantalones de mezclilla se me pegaban a la piel, hacía frío, pero estaba empapado en sudor. No me dolía la cabeza, hace mucho que me dejó de doler la cabeza después de una noche de alcohol. Lentamente abrí los ojos, estaba oscuro, del otro lado de la sala estaba mi amigo Manny, tirado al igual que yo, sobre un sofá repleto de basura, ropa sucia, manchas que se escurrían desde la pared deslavada y de pintura descarapelada hasta la alfombra color moho. Busqué mi teléfono entre el mierdero del sillón, estaba quebrado, por ambos lados. “Puta madre”- dije con voz rasposa de sueño. Eran las seis y media de la tarde. Poco a poco me fui adaptando para ver mejor entre las tinieblas, a unos metros de la sala estaba la barra de la cocina, donde Manny y yo habíamos pasado casi toda la noche y toda la madrugada recordando las aventuras de la secundaria, de la preparatoria, de la universidad, de su divorcio, ...
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