Soñé que fui a Mexicali al cumpleaños de mi prima Perla, fui preparado con un seis bien helado y enhielado de cerveza Indio. Por alguna extraña razón, así como suele suceder en los sueños, el evento social se convirtió en el cumpleaños de mi primo Alan. Estaba en una colonia tipo gringa, un suburbio monótono y desértico, con sus jardines bien planeados con vegetación nativa, estábamos celebrando en un patio trasero, había una mesa con bancas como las que hay en los parques, y al fondo un asador de ladrillo muy amplio, ahí estaba mi primo preparando el carbón para la carne asada. Acomodé las gélidas cheves en la hielera, tomé una y me puse a saludar a los amigos de mi primo. En eso se terminó la carne, era un grupo muy pequeño de gente, pero aún así nadie alcanzó a comer, alguien dijo que había una tortuga suelta en el patio y que había que echarla a las brazas, sin ofrecerme para ningún tipo de trabajo me dieron la pobre tortuga para que la lavara, era una tortuga de desierto muy gordinflona. Me la llevé a un costado de la casa donde encontré una manguera y me puse a bañarla, estaba muy grande la cabrona. En eso llega mi tío Neto y me dice – “ Héctor, ven, vamos a dar una vuelta que tengo que decirte algo.” Subo la tortuga conmigo en el asiento de atrás, mi tía Raquel iba de copiloto en silencio y sin voltear a vernos. No recuerdo qué tipo de sermón me estaba dando mi tío, pero manejaba y leía el periódico al mismo tiempo, cuando de repente la tortuga empezó a vomitar, cagar y a mear todo el carro como si fuera una fuente en alguna plaza pública, mi tío se encabrona y se pone rojo, me dice que las tortugas no se mojan, yo le contesto que mi apá a cada rato moja sus tortugas y no les pasa nada. Regresamos a la carne asada, mi tío se pone a limpiar los fluidos de la tortuga con el periódico. No cocinamos a la pobre tortuga por miedo a que estuviera enferma. Alguien consiguió pollo. En eso llega Shakira en una bicicleta tipo cruiser color verde pistacho. Se veía hermosa, con unos pantalones de mezclilla azul obscuro súper entallados que resaltaban perfectamente las curvas de sus caderas, piernas y sus respingadas y firmes nalgas. Traía su cabello rubio peróxido suelto y se le notaban unas diminutas pecas en el rostro. La invitamos a la carne asada, nadie mencionó a la tortuga. Nos presentamos y nos enamoramos de ella, de su sonrisa y su acento colombiano. Shakira convivió un rato con nosotros y después se fue, nos dijo que se ha mudado por ahí cerca y nos prometió que pronto nos vendría a visitar.
Atrás de ese barrio había un gigantesco cementerio de barcos, había de todo tipos y tamaños, veleros, camaroneros, yates, pangas, etcétera, era un lote grandísimo.
Al final de la carne asada a mi primo Alan se le ocurre la idea de abrir un café y galería a un lado de ese campo de navíos. Creo que para ver a Shakira con más frecuencia.
Era un local rectangular, entrabas justo en el centro, hacia la izquierda estaba el mostrador y el área de preparación del café, a mano derecha estaban las mesas, sillas y unas mamparas con posters y arte comprado en IKEA. Nadie iba al café, solamente los amigos de mi primo y yo, naturalmente no nos cobraba nada y el negocio se empezaba a desplomar. Le propongo a mi primo que yo podría hacer pinturas de los barcos viejos para venderlas en su galería, organizar una exposición y sacar por lo menos para pagar la luz. En mi mente ya tengo una idea de lo que voy a pintar, ya tengo la composición, el estilo de brochazos, los colores y extrañamente ya se cuales barcos voy a plasmar. Agarro mi caja de pinturas y un lienzo y salgo del café decidido. Al salir me doy cuenta de que ya no están los barcos, el terreno desapareció, ahora son filas y filas de almacenes, es un laberinto. Camino mucho tiempo cargando mis cosas para la pintura, haciendo un esfuerzo mental por no perder la idea para el paisaje que quiero hacer. Las manos me empiezan a calar por cargar la caja de pigmentos acrílicos y brochas, un lienzo y un caballete desplegable. También siento dolor en los pies y cansancio en las piernas. No se cuanto tiempo llevo caminando. Me siento un rato sobre la caja de pinturas. A mi alrededor los locales parecen no tener fin, todos altísimos, del mismo tamaño, todos son del mismo tono, verde-azul viejo, la misma cortina de metal como única entrada, todas están cerradas y a un lado de las puertas hay números. Apenas se ve el cielo, unas pocas de nubes empiezan a cambiar de color – “Pronto se hará de noche”– pensé. Busco de qué lado pega el sol y creo saber hacia donde queda el sur. Exploro la manera de cómo llegar al fondo para ver si en la parte de atrás encuentro algún barco olvidado. Al final de un “callejón sin salida” hay una puerta abierta de una de las bodegas, sin pensar me introduzco al local pues no hay otro lugar a donde ir. No hay mucha luz, mis ojos poco a poco se van ajustando, unos leves rayos de sol se cuelan por tragaluces cubiertos de polvo que hay en el techo. Un olor a madera vieja y a humedad se torna más agudo. Camino por entre cientos o miles de cosas, acaparadas unas encima de las otras. Al principio no me percato de los artefactos que me rodean, poco a poco voy reconociendo los objetos, – “Puta madre”– pienso en voz alta, todos son muebles y decoraciones de la casa de mis padres, las sillas antiguas, los sillones viejos, las lámparas, los cuadros religiosos de Guadalajara, las pinturas de mi papá, los millares de libros, las cámaras fotográficas y de video del siglo pasado, armarios, anaqueles, comedores, mesitas, televisiones, reproductores de VHS y DVD/Blue-Ray, recámaras completas y una infinidad de cachivaches más que mis padres fueron guardando y que cuidaron y se llevaban a todas partes donde vivieron, desde que se casaron en San Luis y se fueron a vivir a Texas, después a Los Ángeles, Peñasco, San Diego, después Peñasco de nuevo, y en decenas de diferentes casas y apartamentos que rentaron antes de comprar su actual hogar. Todos los muebles que habían tenido durante sesenta años estaban en este almacén. Ya casi no podía ver y busqué la salida para poder regresar. ¿Regresar a donde? Empecé a caminar lo más rápido posible entre los apretados pasillos. Al pasar de prisa y frotar mi cuerpo accidentalmente contra un cúmulo de objetos se empezaron a derrumbar pilas enteras de chingaderas. Primero una, después dos, después tres y así en efecto dominó hasta que caían las hileras completas. No había para donde correr. Me quedé inmóvil y la marea que formaban miles y miles de cosas como olas me trasladó hasta la entrada del almacén. Ahí el mar de objetos viejos y llenos de polvo me depositó ileso pero agotado, drenado de toda energía y con una pesadez insoportable. A mi lado había una pintura con una capa de suciedad que apenas dejaba ver lo que era. Me puse de pie y cogí el lienzo. Caminé hacia afuera limpiando el cuadro con mi camiseta. Ya no había laberinto, ni bodegas, estaba en la calle donde estaba el café/galería de mi primo Alan. Bajo uno de los faroles de luz incandescente y anaranjada que apenas alumbran las calles, pude ver con claridad el cuadro que saqué de aquel océano de reliquias, era la composición, el estilo de brochazos, los colores y extrañamente los mismos barcos que yo quería pintar.
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