La mesera le dijo que ya no le podía servir más, entonces enfadado sacó unos billetes arrugados y los tiró de mala gana encima de la mesa. Intentó caminar derecho, pero fracasó. Era como si caminara sobre la cubierta de un barco que atraviesa una feroz marejada; se iba tambaleando de un lado a otro. Su vista nublada solo le permitía ver manchas de luz que se desparramaban, dejando colores y sombras que se escurrían y cambiaban de intensidad. Habiendo estado en ese bar cientos de veces, sabía hacia cual dirección caminar. Ya cerca de la salida reconoció un grandísimo roble sobre la banqueta, donde siempre se resguardaba a fumar. Bajo el árbol había una macetera circular en forma de banca que rodeaba el tronco, se dejó caer con fuerza y por poco se iba de paso. Intentó sacar el teléfono de su bolsillo izquierdo, después de forcejear con su pantalón y su mano que se atoraba en el bolsillo sacó el celular, se lo llevo a unos cuantos centímetros de la cara y entrecerrando los ojos buscó la aplicación de Uber. El móvil inteligente le ayudó y en cuestión de segundos la app le marcaba que pronto llegarían por él para llevarlo a casa. Del bolsillo derecho sacó un paquete aplastado de Camels y un encendedor Bic de plástico de un tono rojo brillante; encendió un cigarro después de cinco intentos. Al inhalar el humo, sintió como si la gravedad del planeta incrementara de un solo golpe. Sentía mucho peso en todo el cuerpo, los brazos, la espalda, los hombros, la cabeza, los párpados, todo le pesaba. Poco a poco le fue bajando el efecto y pudo disfrutar de una segunda bocanada.
"Lo siento Miguel, es que está el dueño aquí y me dijo que ya no te vendiera" – le dijo una voz de mujer.
Miguel abrió los ojos y apenas pudo distinguir la silueta de la mesera entre la danzante neblina de alcohol.
"No te preocupes" - creyó decir "Me hiciste un favor"
Se dio cuenta que solo balbuceaba. En su mente las palabras articulaban bien, pero al salir de su boca sonaban como gruñidos sofocados. Se llevó de nuevo el celular a la cara para ver si ya casi llegaba el Uber. Pero ya no veía nada.
"Ya llegaron por ti" - le dijo la mesera.
Le dio un último jalón al cigarro, el humo le quemó y supo a plástico. Lo tiró y se puso de pie con ayuda de la mesera. El coche del Uber ya estaba a un lado.
"¿Miguel?" - gritó el conductor por la ventana.
"¡Sí, ya va!" - respondió la mesera.
Cuando se subió, Miguel fijó la mirada donde creía que estaba la mesera e hizo un enorme esfuerzo para pronunciar bien la siguiente propuesta: "¡Vente a mi casa hoy, ándale!" La mesera se sonrojó y después de cerrar la puerta le respondió: "Mañana vienes y me invitas de nuevo, pero bueno y sano." Sin embargo, Miguel anticipando su fracaso ya se se había sumergido en otro plano de la conciencia humana, y no alcanzó a escuchar la respuesta. El Uber al ver la condición de Miguel salió de prisa por temor de que le vomitara los asientos traseros. La mesera contempló cómo se alejaban, un poco con alivio, un poco con arrepentimiento.
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