Lo encontraron después de una tormenta, completamente desnudo, arrastrándose, como intentando gatear, cerca del muelle viejo. No supieron que hacer con él en la comandancia; parecía no entender nada de lo que le decían, no sabía hablar, permanecía hecho bola, temblando de miedo. Le calculaban de 35 a 40 años de edad. Después de que varias dependencias lo rechazaran, la Madre Leonor lo acogió y lo instaló en el asilo de ancianos.
La monja no sabía el problema en el que se había metido, quizás pensaba que sería similar a un viejo que se surra en el pañal y lo cambian y ya, que le daría los “ensure” y comida blanda, y que le leería la biblia y a las putas 5 de la tarde lo acostaría a dormir.
La hermana lo bautizó como Jaasiel, que significa “hecho por dios”, ya que nadie sabía quien era, ni de donde había salido. Nadie en el pueblo lo había visto llegar, ni los barcos, ni los autobuses, y el tren pues no ha pasado en años por acá.
Por las noches Jaasiel sólo en su habitación gritaba, se desnudaba rasgando su ropa, cuando defecaba agarraba la mierda con la mano y la estrellaba en la pared. Orinaba todo. La pobre monjita lo bañaba, lo calmaba cantándole alabanzas, siempre con ternura. A los pocos meses aprendió a caminar, y una noche abrió la puerta de su recámara y se quedó ahí parado, observando en silencio el pasillo largo del asilo de ancianos. Esa noche la madre Leonor no podía dormir, se levantó por un vaso de leche caliente. Al pasar por la puerta de Jaasiel y al verlo ahí con la mirada puesta en ella, decidió ignorarlo, pero regresó con una taza de leche hervida para el. Jaasiel dudoso la tomó en sus manos, al ver que la monja bebía, levantó la taza para olfatear y bebió. Fue la primera sonrisa de Jaasiel. La madre Leonor quiso acariciar su cabeza pero se contuvo.
Un año después Jaasiel hablaba como un niño de dos años, aprendió a ir al baño y ayudaba con el quehacer del asilo. Los ancianos le llamaban “Jaso” y se peleaban entre ellos por su atención. Le leían la biblia, y cuentos de niños, Jaso prefería los cuentos bíblicos, especialmente del primer testamento.
Manuel era un viejo que llevaba ahí unos 4 años, poeta de afición y pescador de profesión, le fue enseñando a Jaso a leer y a escribir, la rima y la prosa y las matemáticas mas básicas. Después Manuel le fue inculcando el amor por las ciencias naturales, y el amor y respeto por la tierra. Le hablaba del mar, le dibujaba los peces y plantas y animales de la región y las cadenas tróficas como si fueran cuentos. Una tarde Manuel le habló sobre la electricidad, y el peligro, le habló sobre la muerte. Jaso no habló toda esa semana. Permaneció en su cuarto con la luz apagada. Parecía temerle a la electricidad.
La madre Leonor tuvo una fuerte discusión con don Manuel, le gritaba como si fuera su madre defendiendo a su hijo: “ya se que es un hombre, pero también es un bebé”. Don Manuel se disculpó y prometió no volver a tocar esos temas.
A la mañana siguiente no asistió la hermana a la misa de “buenos días”, ni al desayuno. La madre Priscila después de tocar varias veces la puerta y no obtener respuesta, abre y descubre a Leonor tirada en el piso sin vida.
Nueve días después de eso, Don Manuel desaparece, dejando una nota: “Mis libros son de Jaso”. Pero Jaso se encierra en su recamara y llora día y noche. Sale solamente a usar el baño sin hablar ni responderle a nadie. La hermana Priscila le lleva la comida a la puerta, coloca la bandeja en el piso y le toca. A la hora pasa por los platos vacíos y los lleva a la cocina.
Así pasa un mes, hasta que llega la nueva directora, la reverenda María Jesús del Rosario. Una mujer cruel y fría, estricta y fanática de más. Jaso se transforma en esclavo. Todo el día limpia el asilo, lava ropa, aprende a cocinar, friega trastes, recoge el patio, tira las basuras. Ya no le leen, no hay cuentos, no come con los demás ni va a misa. Una noche, recuerda a Don Manuel “Mis libros son de Jaso” y saca debajo de su cama cuatro o cinco javas repletos de libros. Por las noches los devora, se escapa de su realidad, se olvida de su cansancio. No hay un orden en su lectura, ni cronológico, ni geográfico, ni de estilos o tópicos. En seis meses los lee todos. Los ancianos se dan cuenta del cambio en Jaso, su manera de hablar, su mirada desafiante, “ya estás grande Jaso” le decían. Jaso les sonríe sonrojado.
La madre Chuyita (como le decían a la harpía de directora) también lo notaba, y le temía. Así que una tarde le mandó llamar, “Jaasiel, es momento de que hagas tu propia vida fuera de esta institución, de que consigas trabajo, y seas independiente” Jaso asiente con la cabeza, da la media vuelta y sonriente va por sus pertenencias. Ya tenía planeado irse, estaba esperando una señal. Prepara todo para salir en la mañana muy temprano. Está ansioso por emprender su nueva aventura. Ya tiene el plan, va a pedir trabajo en los barcos camaroneros, quiere conocer otros puertos, otros pueblos, las ciudades, quiere viajar. Con lo que gane comprará los libros que en éste puerto no venden. Quiere aprender mas sobre la electricidad.
Jaso en sus primeros viajes a la mar termina aprendiendo mas sobre como fumar mariguana, beber cerveza, y levantar putas. Sin darse cuenta va olvidando su deseo de aprender, y se ancla en la profundidad del placer.
Una noche estrellada, en altamar, se fuma un gallo mientras le toma largos y pausados tragos a una caguama. Permanece recostado sobre unas redes en la cubierta del barco. Empieza a soñar. En el sueño va caminando por un pasillo estrecho y sin fin, apenas cabe, empieza a correr, no hay puertas, no hay ventanas, solo lo mismo hacia enfrente y hacia atrás. Escucha un estallido, pero no sabe de donde viene, corre con mas fuerza, ve que algo se aproxima, es una persona, viene corriendo igual, pero no puede ver su rostro, viene cubierto por un hábito religioso, Jaso trata de detenerle pero no hace caso, se estrellan y caen al piso, descubre que es el mismo, es Jaso, Jaso lo toca y el Jaso vestido de monje explota, se transforma en esferas de luz de diferentes tamaños que salen volando hacia todas direcciones. Ve una gran luz que se aproxima.
Jaso despierta, está lloviendo, su cabeza asoma sobre la proa, por poco y cae al mar. Escucha que gritan su nombre, Jaso duda por un instante, no sabe si es otro sueño o en realidad está pasando. Llega un pescador gritando: “Tormenta, Tormenta”. Jaso se levanta y cae instantáneamente al moverse el barco violentamente por una ola que lo eleva y deja desplomar sobre una nueva ola. Jaso voltea hacia el cielo y ve las nubes negras formando un gran remolino, ruge, el mar también gira, llevándose el barco en un espiral creciente. El capitán se da cuenta de que no sirve de nada sus maniobras en el timón, y empieza a rezar. Uno a uno los tripulantes empiezan a brincar, “Si nos quedamos en el barco nos vamos a hundir junto con él” alcanzó escuchar. Jaso se arma de valor y se dirige hacia la popa, decidido. No encuentra mas salvavidas. Los rugidos incrementan, no puede pensar, es un solo tronido eterno. Solamente queda Jaso en la nave. Ya para brincar ve bajar del cielo un rayo, rebota en una ola y choca contra el.
Primero es la luz, un flash azul, después es el calor, lo compara con el sol. No sabe si muere o no, pero puede ver cosas. Su carne al instante se fragmenta, y explota, no ve por que ya no tiene ojos, ya no siente nada, pero lo sabe, sabe que sube a la velocidad de la luz, que ya no es materia, es energía pura. Se siente feliz y al mismo tiempo temeroso de lo que le espera. Entonces lo recuerda todo. Fue una tormenta que lo llevó aquel puerto. Y su carne no era su carne, había sido creado de los elementos a partir de un “ADN” grabado en aquella potencia que lo transportaba. Tierra a la vista. Jaso sabe que tiene que bajar.
La monja no sabía el problema en el que se había metido, quizás pensaba que sería similar a un viejo que se surra en el pañal y lo cambian y ya, que le daría los “ensure” y comida blanda, y que le leería la biblia y a las putas 5 de la tarde lo acostaría a dormir.
La hermana lo bautizó como Jaasiel, que significa “hecho por dios”, ya que nadie sabía quien era, ni de donde había salido. Nadie en el pueblo lo había visto llegar, ni los barcos, ni los autobuses, y el tren pues no ha pasado en años por acá.
Por las noches Jaasiel sólo en su habitación gritaba, se desnudaba rasgando su ropa, cuando defecaba agarraba la mierda con la mano y la estrellaba en la pared. Orinaba todo. La pobre monjita lo bañaba, lo calmaba cantándole alabanzas, siempre con ternura. A los pocos meses aprendió a caminar, y una noche abrió la puerta de su recámara y se quedó ahí parado, observando en silencio el pasillo largo del asilo de ancianos. Esa noche la madre Leonor no podía dormir, se levantó por un vaso de leche caliente. Al pasar por la puerta de Jaasiel y al verlo ahí con la mirada puesta en ella, decidió ignorarlo, pero regresó con una taza de leche hervida para el. Jaasiel dudoso la tomó en sus manos, al ver que la monja bebía, levantó la taza para olfatear y bebió. Fue la primera sonrisa de Jaasiel. La madre Leonor quiso acariciar su cabeza pero se contuvo.
Un año después Jaasiel hablaba como un niño de dos años, aprendió a ir al baño y ayudaba con el quehacer del asilo. Los ancianos le llamaban “Jaso” y se peleaban entre ellos por su atención. Le leían la biblia, y cuentos de niños, Jaso prefería los cuentos bíblicos, especialmente del primer testamento.
Manuel era un viejo que llevaba ahí unos 4 años, poeta de afición y pescador de profesión, le fue enseñando a Jaso a leer y a escribir, la rima y la prosa y las matemáticas mas básicas. Después Manuel le fue inculcando el amor por las ciencias naturales, y el amor y respeto por la tierra. Le hablaba del mar, le dibujaba los peces y plantas y animales de la región y las cadenas tróficas como si fueran cuentos. Una tarde Manuel le habló sobre la electricidad, y el peligro, le habló sobre la muerte. Jaso no habló toda esa semana. Permaneció en su cuarto con la luz apagada. Parecía temerle a la electricidad.
La madre Leonor tuvo una fuerte discusión con don Manuel, le gritaba como si fuera su madre defendiendo a su hijo: “ya se que es un hombre, pero también es un bebé”. Don Manuel se disculpó y prometió no volver a tocar esos temas.
A la mañana siguiente no asistió la hermana a la misa de “buenos días”, ni al desayuno. La madre Priscila después de tocar varias veces la puerta y no obtener respuesta, abre y descubre a Leonor tirada en el piso sin vida.
Nueve días después de eso, Don Manuel desaparece, dejando una nota: “Mis libros son de Jaso”. Pero Jaso se encierra en su recamara y llora día y noche. Sale solamente a usar el baño sin hablar ni responderle a nadie. La hermana Priscila le lleva la comida a la puerta, coloca la bandeja en el piso y le toca. A la hora pasa por los platos vacíos y los lleva a la cocina.
Así pasa un mes, hasta que llega la nueva directora, la reverenda María Jesús del Rosario. Una mujer cruel y fría, estricta y fanática de más. Jaso se transforma en esclavo. Todo el día limpia el asilo, lava ropa, aprende a cocinar, friega trastes, recoge el patio, tira las basuras. Ya no le leen, no hay cuentos, no come con los demás ni va a misa. Una noche, recuerda a Don Manuel “Mis libros son de Jaso” y saca debajo de su cama cuatro o cinco javas repletos de libros. Por las noches los devora, se escapa de su realidad, se olvida de su cansancio. No hay un orden en su lectura, ni cronológico, ni geográfico, ni de estilos o tópicos. En seis meses los lee todos. Los ancianos se dan cuenta del cambio en Jaso, su manera de hablar, su mirada desafiante, “ya estás grande Jaso” le decían. Jaso les sonríe sonrojado.
La madre Chuyita (como le decían a la harpía de directora) también lo notaba, y le temía. Así que una tarde le mandó llamar, “Jaasiel, es momento de que hagas tu propia vida fuera de esta institución, de que consigas trabajo, y seas independiente” Jaso asiente con la cabeza, da la media vuelta y sonriente va por sus pertenencias. Ya tenía planeado irse, estaba esperando una señal. Prepara todo para salir en la mañana muy temprano. Está ansioso por emprender su nueva aventura. Ya tiene el plan, va a pedir trabajo en los barcos camaroneros, quiere conocer otros puertos, otros pueblos, las ciudades, quiere viajar. Con lo que gane comprará los libros que en éste puerto no venden. Quiere aprender mas sobre la electricidad.
Jaso en sus primeros viajes a la mar termina aprendiendo mas sobre como fumar mariguana, beber cerveza, y levantar putas. Sin darse cuenta va olvidando su deseo de aprender, y se ancla en la profundidad del placer.
Una noche estrellada, en altamar, se fuma un gallo mientras le toma largos y pausados tragos a una caguama. Permanece recostado sobre unas redes en la cubierta del barco. Empieza a soñar. En el sueño va caminando por un pasillo estrecho y sin fin, apenas cabe, empieza a correr, no hay puertas, no hay ventanas, solo lo mismo hacia enfrente y hacia atrás. Escucha un estallido, pero no sabe de donde viene, corre con mas fuerza, ve que algo se aproxima, es una persona, viene corriendo igual, pero no puede ver su rostro, viene cubierto por un hábito religioso, Jaso trata de detenerle pero no hace caso, se estrellan y caen al piso, descubre que es el mismo, es Jaso, Jaso lo toca y el Jaso vestido de monje explota, se transforma en esferas de luz de diferentes tamaños que salen volando hacia todas direcciones. Ve una gran luz que se aproxima.
Jaso despierta, está lloviendo, su cabeza asoma sobre la proa, por poco y cae al mar. Escucha que gritan su nombre, Jaso duda por un instante, no sabe si es otro sueño o en realidad está pasando. Llega un pescador gritando: “Tormenta, Tormenta”. Jaso se levanta y cae instantáneamente al moverse el barco violentamente por una ola que lo eleva y deja desplomar sobre una nueva ola. Jaso voltea hacia el cielo y ve las nubes negras formando un gran remolino, ruge, el mar también gira, llevándose el barco en un espiral creciente. El capitán se da cuenta de que no sirve de nada sus maniobras en el timón, y empieza a rezar. Uno a uno los tripulantes empiezan a brincar, “Si nos quedamos en el barco nos vamos a hundir junto con él” alcanzó escuchar. Jaso se arma de valor y se dirige hacia la popa, decidido. No encuentra mas salvavidas. Los rugidos incrementan, no puede pensar, es un solo tronido eterno. Solamente queda Jaso en la nave. Ya para brincar ve bajar del cielo un rayo, rebota en una ola y choca contra el.
Primero es la luz, un flash azul, después es el calor, lo compara con el sol. No sabe si muere o no, pero puede ver cosas. Su carne al instante se fragmenta, y explota, no ve por que ya no tiene ojos, ya no siente nada, pero lo sabe, sabe que sube a la velocidad de la luz, que ya no es materia, es energía pura. Se siente feliz y al mismo tiempo temeroso de lo que le espera. Entonces lo recuerda todo. Fue una tormenta que lo llevó aquel puerto. Y su carne no era su carne, había sido creado de los elementos a partir de un “ADN” grabado en aquella potencia que lo transportaba. Tierra a la vista. Jaso sabe que tiene que bajar.
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