Todo pasaba en el barrio de mi primo, los vecinos del Sobaco del Diablo tenían una amplia y organizada red de todo lo que te puedas imaginar. Drogas, armas, blancas, autos robados, electrodomésticos, y asesinatos a sueldo (entre otras cosas).
Eran los tipos mas rudos y temidos de Peñasco. Con sus aretes, camisetas de tirantes, cabello largo ochentero (mullet), lentes obscuros (en la noche), grabadoras colosales postradas en sus hombros, retumbando Run-D.M.C. (mix tapes robados en spring break).
La mayoría eran hijos desertados de pescadores y armadores, y los pocos que tenían esa figura paterna era representada por algún borrachito que no salía de las Tres Hermanas / Las Panchas / El Cubilete / El Emperador / Cristal / entre otras cantinas. Se esforzaban por no ser igual de inservibles, proveían para sus hogares, se apoyaban entre todas las familias, había un código.
Me tocó crecer entre ellos. A los mas pequeños nos entrenaban con bloques de concreto y botes llenos de arena, armaban con estructuras de acero oxidado, proveniente de bodegas y empacadoras abandonadas, aparatos para hacer ejercicio. Ásperos sacos improvisados de box colgaban de los gigantescos yucatecos, nos quitábamos las camisetas para envolver nuestros puños a falta de guantes cuando ya los nudillos sangraban mucho.
Nos ponían a correr en agosto, a las tres de la tarde, descalzos. En los lotes baldíos hacían campos de adestramiento militar, con llantas y tablas con alambre de púas, hoyos, vidrios quebrados, etc. Recuerdo una tarde nos salió una víbora en una de las llantas, gritamos alarmados, el recio sonido de su cascabel nos apendejaba, después del salto inicial nos quedamos los morros y yo petrificados. De la nada aparece "el Maik", con una pala y le corta la cabeza a la primera. En su boca apretaba un cigarro, en una mano sostenía la pala y en la otra mano el cuerpo de la serpiente aun moviéndose. Se la llevó para hacerse un cinto. Los morros nos peleamos por la cabeza, queríamos coleccionar el veneno.
Uno de los cabecillas, “el Erik” era cinta negra en Karate (según nos contaba) y en las noches nos entrenaba. Su cuarto estaba forrado con posters de Bruce Lee, Chuck Norris, Van Damme, Steven Seagal y otros que yo no conocía. “El Erik” siempre vestía sudaderas deportivas (aún en el verano), usaba sus pans muy aguados, y unas sandalias. Su cabello largo recogido con un chongo tipo samurái.
Todas las noches había peleas entre nosotros, los mas morros. En el patio de la casa del “Estiben” habían improvisado un ring y ahí se llevaban a cabo las riñas “amistosas”. Yo siempre terminaba llorando del coraje, aunque ganara la contienda. Se juntaban los cabecillas, los morros mas grandes, con sus caguamas carta blanca, estaba prohibido usar drogas, y el pisto solo en ocasiones especiales como quinceañeras y en año nuevo. No querían mas borrachos y viciosos en el barrio, con los rucos bastaba.
Uno a uno fueron muriendo los jefes del vecindario, o desapareciendo. Los que iban remplazando tenían otra visión del negocio. El código se fue perdiendo. Gente extraña empezó a mezclarse. Se peleaban entre sí, se mataban. Las drogas se hicieron el platillo fuerte, y todos empezaron a usar. El cristal arrasó con todos. Mis amigos de 13 años le entraron, ya no queda nadie.
Hoy el barrio es tranquilo, mayormente conformado por mujeres y niños. No puedo olvidar esa parte de mi niñez y adolescencia. Cada que paso por ahí me los imagino, como en los viejos tiempos, en la calle, con música, fogata, toda la bola feliz a pesar de todo. Salud, fantasmas del Sobaco del Diablo.
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