Es la primera cita de Beto con Citlali. Ninguno de los dos había estado antes en el Coffeepoint, no solo era uno de los cafés más viejos del pueblo, sino que tenían amigos en común que trabajaban ahí. Sabían de el, de sus cremosos y dulces frapés, de sus esponjosos y húmedos pasteles de zanahoria, pero Beto prefería el café de “talega”. Su papá le dejaba preparado una jarra antes de irse a trabajar a la Mina a las cuatro de la mañana. Citlali trabaja desde los 11 años, pero todo lo que gana se lo quita la Marychuy, tía alcohólica que se hace cargo de ella desde de la trágica y extraña muerte de sus padres (relato para otra ocasión).
Citlali y Beto tienen 16 años de edad, los dos son del mismo barrio, van a la misma preparatoria, toman el mismo camión para ir a la escuela de lunes a viernes, y se han visto casi todos los días del año, pero nunca habían intercambiado palabra alguna. Hasta hoy, cuando de la nada, Beto con voz temblorosa la invita un café. Citlali acepta, pues de cierta manera siente que lo conoce; sabe donde vive, donde trabaja, como viste, puede inclusive adivinar el tipo de música que le gusta basándose en los zapatos que usa y su corte de cabello.
Ya en el café, después de un largo e incomodo silencio, Beto empieza la conversación.
– A veces me imagino gotas como de sudor, por dentro, brotando por tu pared vaginal, microscópicas bolitas de liquido. A lo mejor no, a lo mejor existe una glándula o algo que como esponja retiene esa sustancia hasta que te excitas y en uno de esos espasmos, o con los mismos espasmos, se va liberando poco a poco, y corre, y te moja.
Citlali se queda inmóvil. No sabe que hacer, mucho menos que decir.
Beto continúa.
– ¿No te preguntas tu nada de esto? No mames, yo no puedo dejar de pensar en ese tipo de cosas. Cómo es que funciona, toda la magia detrás. ¿Por donde? ¿Cómo es que se lubrica tu vagina? No puedo creer que no te preguntes estas cosas.
Citlali queda desconcertada por esa primera plática, pero, se da cuenta de que nunca se había preguntado eso, ni otra cosa por el estilo. Mientras Beto sigue hablando de células y consistencias y estructuras moleculares, Citlali recuerda a Toño, un novio de su tía, que exactamente cuatro años atrás, en un día caluroso como éste, la sedujo. Fue por etapas, primero con chocolates, después con música y revistas, y por último con sus dedos.
Una noche Toño esperó a que la Marychuy se quedara botada con un mezcal que le había llevado. Salió de la recámara y cerro con mucha cautela la puerta. Tomó asiento en el sillón donde Citlali veía la novela y al mismo tiempo hacía la tarea, la sentó en sus piernas, empezó a sobar su espalda, acariciar su cuello, le besa la mejilla, la frente, la boca. Citlali no responde al beso, pero sí abre poquito la boca, deja entrar la lengua sabor a tripa asada y cerveza caliente de Toño. Las manos pasaron a los muslos brillosos que salían de la falda escolar percudida y desgastada, las manos subieron a sus nalgas, las estruja y pasa el dedo del medio por el ano, una de las manos de Toño sube a los pechos y los oprime con suavidad. Citlali recuerda ese espasmo, y su calzón mojadito.
– Estas pendejo Beto.
Citlali se levanta con lágrimas en los ojos, tratando de evitar que la vean y sale del lugar rápidamente.
– Uuuy que simple.
Después trata de disculparse, pero nadie lo escucha. Beto se queda viendo fijamente a la mesa y empieza a imaginarse todo el proceso de cómo se forma la madera comprimida que usan para la cubierta, el fierro galvanizado para las patas, recordó un episodio de ¿Cómo Se Hace? en Discovery Channel sobre la manufactura de tornillos, olvidando por un instante que hoy es día de San Valentín, y que como siempre termina estando solo.
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