Podemos decir que a los 12 empecé a tomar, ya había probado la cerveza cuando mi apá me daba tragos o mi hermano, pero fue un diciembre cuando agarré la peda. Parece que nos pusimos de acuerdo mis amigos y yo, por que cuando regresamos de vacaciones varios tuvieron la misma experiencia, así que el próximo fin de semana juntamos dinero entre todos y compramos todo lo que nos alcanzara de Dos Equis Lager, era la cerveza mas barata a 27 pesos el “six pack” de “twist”. Pocos meses después queriendo hacerla de muy machitos tuvimos un episodio con José Cuervo Especial que nos marcó la boca del estómago para siempre, esa se las cuento en otra ocasión. ¿O ya se las conté?
Al tiempo era regular llegar ebrio a la casa de mis padres todos los fines de semana, viernes, sábado y domingo. Para no sentirme muy mal por la noche, antes de entrar me metía el dedo para inducir el vómito, el cual fluía varios minutos casi ininterrumpidos, no era muy placentero pero después de eso no me mareaba en la cama y no me daba cruda. Mis padres nunca me descubrieron, creo.
Adquirí cierta fama de borracho. Participaba en todo tipo de competencias de brebaje, tanto en velocidad como en cantidad y casi siempre ganaba. Mi amigo y vecino el “Chon” que pesaba el doble que yo, me ganaba con las caguamas, su estómago se recuperaba mas rápido que el mío y se tomaba el siguiente litro de espumosa fría cerveza casi instantáneamente. Pero en rendimiento, a lo largo de la noche yo era quien aguantaba mas.
Era común que uno de nosotros le robara el carro a sus papás, mi amigo “Rayo” en la noche de la graduación se robó "La Ramona", un pick up Dodge Ram amarillo, del año, que acababa de comprar su jefe, también se puso un traje de su papá, ridículamente pasado de moda y fue por nosotros para ir al baile. Manuel, Ivan, Manuel, el “Rayo” y yo, apretados en la cabina de la troca pero bien trajeados y boleados.
En aquellas épocas me gustaba bailar, no era tan exigente con la música ni con las mujeres. Me gustaba cortejar a las muchachas guapas, a las que se les escapaba una miradita. Las invitaba a bailar, casi nunca me rechazaban. Esperaba las calmaditas para apretujarlas contra mi, que sintieran un rozón fuerte, después nos besábamos en la mesa o en un carro. Una que otra me dejaba agarrarles las chichis y las nalgas, en la secundaria se apretaban mucho, las de la prepa que agarraba de vez en cuando si soltaban.
Esa noche, ya terminado el baile, sin cerveza y sin mujeres dispuestas a seguirle, decidimos irnos a dormir, bueno, todos menos el “Rayo”, que después de dejarnos en nuestras respectivas casas fue al hotel de su papá y se robó una botella de whiskey y un cartón de cerveza. Manuel dice que lo convenció de acompañarlo a seguir pisteando – “Nunca me dijo a que habíamos llegado al hotel, solo dijo que iba por algo” – nos contó Manuel que salió su el papá del “Rayo” de un cuarto del hotel, en calzones y con botas vaqueras correteando al “Rayo”; el señor al darse cuenta de que nunca lo iba a alcanzar hizo un alto repentino, se agachó y tomó una piedra del suelo, la lanzó con fuerza, el viejo panzón le atinó y le dio en el puro lomo. “Pinche ruco me las va a pagar” – dijo subiendo a La Ramona de prisa con lágrimas en los ojos.
“Bájate a la verga” – le gritó el “Rayo” de la nada a Manuel. Éste se bajó en la esquina con una cerveza en la mano y pensando en el disco de Caifanes que dejó puesto en el estéreo de la Ram. Sabía que nunca mas lo tendría en sus manos. Nos dijo Manuel que el “Rayo” le trepó al estéreo y que sonaba la de “nunca nadie nos podrá parar” a todo volumen, que La Ramona salió quemando llanta y que se fue durísimo por la calle Sinaloa en línea recta y que en las vías del tren giró a la izquierda bruscamente y que La Ramona perdió el equilibrio y se volteó, dio como tres giros estrellándose contra las vayas del terreno ese que ahora es vivero, tumbó cuatro. Manuel dejó caer el bote de cerveza y salió corriendo hacia el pick up. Antes de llegar dice Manuel que se abrió la puerta y que había quedado con las llantas hacia arriba, que salió el “Rayo” gateando, Manuel le ayudó a ponerse de pie, se inspeccionó para ver si no trae un golpe o sangre y que vio que salió ileso, buscó una cerveza en el piso, la tomó, la abrió saliendo espuma batida, le dio un largo trago y le dijo a Manuel: “¿Déjame dormir en tu casa esta noche no?” Manuel entró a la cabina y sacó el disco del estéreo aún encendido. “Vámonos pues” – dijo, frotando el CD con su camisa.
Al tiempo era regular llegar ebrio a la casa de mis padres todos los fines de semana, viernes, sábado y domingo. Para no sentirme muy mal por la noche, antes de entrar me metía el dedo para inducir el vómito, el cual fluía varios minutos casi ininterrumpidos, no era muy placentero pero después de eso no me mareaba en la cama y no me daba cruda. Mis padres nunca me descubrieron, creo.
Adquirí cierta fama de borracho. Participaba en todo tipo de competencias de brebaje, tanto en velocidad como en cantidad y casi siempre ganaba. Mi amigo y vecino el “Chon” que pesaba el doble que yo, me ganaba con las caguamas, su estómago se recuperaba mas rápido que el mío y se tomaba el siguiente litro de espumosa fría cerveza casi instantáneamente. Pero en rendimiento, a lo largo de la noche yo era quien aguantaba mas.
Era común que uno de nosotros le robara el carro a sus papás, mi amigo “Rayo” en la noche de la graduación se robó "La Ramona", un pick up Dodge Ram amarillo, del año, que acababa de comprar su jefe, también se puso un traje de su papá, ridículamente pasado de moda y fue por nosotros para ir al baile. Manuel, Ivan, Manuel, el “Rayo” y yo, apretados en la cabina de la troca pero bien trajeados y boleados.
En aquellas épocas me gustaba bailar, no era tan exigente con la música ni con las mujeres. Me gustaba cortejar a las muchachas guapas, a las que se les escapaba una miradita. Las invitaba a bailar, casi nunca me rechazaban. Esperaba las calmaditas para apretujarlas contra mi, que sintieran un rozón fuerte, después nos besábamos en la mesa o en un carro. Una que otra me dejaba agarrarles las chichis y las nalgas, en la secundaria se apretaban mucho, las de la prepa que agarraba de vez en cuando si soltaban.
Esa noche, ya terminado el baile, sin cerveza y sin mujeres dispuestas a seguirle, decidimos irnos a dormir, bueno, todos menos el “Rayo”, que después de dejarnos en nuestras respectivas casas fue al hotel de su papá y se robó una botella de whiskey y un cartón de cerveza. Manuel dice que lo convenció de acompañarlo a seguir pisteando – “Nunca me dijo a que habíamos llegado al hotel, solo dijo que iba por algo” – nos contó Manuel que salió su el papá del “Rayo” de un cuarto del hotel, en calzones y con botas vaqueras correteando al “Rayo”; el señor al darse cuenta de que nunca lo iba a alcanzar hizo un alto repentino, se agachó y tomó una piedra del suelo, la lanzó con fuerza, el viejo panzón le atinó y le dio en el puro lomo. “Pinche ruco me las va a pagar” – dijo subiendo a La Ramona de prisa con lágrimas en los ojos.
“Bájate a la verga” – le gritó el “Rayo” de la nada a Manuel. Éste se bajó en la esquina con una cerveza en la mano y pensando en el disco de Caifanes que dejó puesto en el estéreo de la Ram. Sabía que nunca mas lo tendría en sus manos. Nos dijo Manuel que el “Rayo” le trepó al estéreo y que sonaba la de “nunca nadie nos podrá parar” a todo volumen, que La Ramona salió quemando llanta y que se fue durísimo por la calle Sinaloa en línea recta y que en las vías del tren giró a la izquierda bruscamente y que La Ramona perdió el equilibrio y se volteó, dio como tres giros estrellándose contra las vayas del terreno ese que ahora es vivero, tumbó cuatro. Manuel dejó caer el bote de cerveza y salió corriendo hacia el pick up. Antes de llegar dice Manuel que se abrió la puerta y que había quedado con las llantas hacia arriba, que salió el “Rayo” gateando, Manuel le ayudó a ponerse de pie, se inspeccionó para ver si no trae un golpe o sangre y que vio que salió ileso, buscó una cerveza en el piso, la tomó, la abrió saliendo espuma batida, le dio un largo trago y le dijo a Manuel: “¿Déjame dormir en tu casa esta noche no?” Manuel entró a la cabina y sacó el disco del estéreo aún encendido. “Vámonos pues” – dijo, frotando el CD con su camisa.
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