… y
¿Cómo va tu relación con Dios? – me interrogó de la nada el pinche Adrián.
– Normal, supongo – contesté, más o menos con una idea de hacia donde iba la conversación.
Estábamos en el McCheves, apenas llevábamos tres tarros y las alitas humeantes acababan de salir de la cocina.
– Yo ya le dije a mi amá que me hice ateo – continuó Adrián con el tema.
– ¿y que te dijo? – pregunté antes de devorar una búfalo flaming hot wing (con mucha saliva en la boca).
– Pues, se quedó muy seria, después se soltó llorando, y entre sollozos murmuraba que si en qué había fallado como madre. Traté de consolarla pero no me pelaba, estaba como ida, creo que empezó a rezar y mejor me fui.
– Wey, a ver, convénceme de que Dios no existe.
– No tengo por que convencer a nadie, se fue dando con el tiempo, con los acontecimientos de mi propia vida, con lo que he leído, descubierto, comprobado, no se wey, es muy personal.
– ¿No tienes miedo irte al infierno wey?
– Ya estamos en un infierno, esa es parte de lo que me lleva a pensar de que no hay un Dios, ni Dioses ni nada.
Nos quedamos callados, solo el murmuro de las otras mesas, la música de fondo, y el sonido del pollo siendo masticado en nuestras mandíbulas retumbaba en nuestros tímpanos.
– Algo que me da coraje - interrumpió aún con comida en la boca – es que crean en los pinches santos, en la virgen de Guadalupe, en la santa muerte y otras cosas que nunca se han comprobado, y no creen que exista la puta vaquita marina cuando hay evidencia de que existe.
– No toques el tema de la puta vaquita wey, mi papá ha estado toda su vida en el mar, mis tíos, mi abuelo etcétera y nunca han visto una de esas madres.
Ahora sí me había hecho enojar el pinche Adrián, pensaba que lo conocía bien, llevábamos siete años trabajando juntos, había ido a todas las piñatas de mis hijos. Le di posada cuando su esposa lo corrió por hereje y me salió con que la vaquita si existe.
– ¿Cómo sabes que no? - continuó Adrián con un tono mas cauteloso - A lo mejor vieron una y pensaron que era un delfín bebé o algo. Además de que se esconden en cuanto escuchan el ruido de un motor o perciben vibraciones. Tu familia siempre ha pescado camarón, en esas redes no salen, salen en las de las totoabas o las de pangas que…
– No desquites tu falta de fé contra la comunidad pesquera – le dije con voz alta, interrumpiéndolo tembloroso de coraje - ellos le dieron vida a este puerto y a la región.
El bar se quedó callado, la gente se había dado cuenta de que nuestra tranquila conversación casual sobre la existencia de Dios había escalado y ahora alegábamos sobre la supuesta Vaquita Marina.
– No es eso, solo estoy pensando en voz alta – contestó.
– Pinche respeto wey.
– Ya pues.
– Ya pues.
– Pero sí, Dios no existe.
– Ya se que no wey, pero les ayuda a los chamacos a crecer con miedo y con respeto y con un sentido del bien común.
– Todo eso se puede enseñar, es cultural, se llama ética y no tiene nada que ver con la religión, va mas conectado a un avance como sociedad que con iglesias y falsos ídolos y todas las mentiras que cuentan para darle poder a unos cuantos.
– ¿Cómo el gobierno?
– Igual.
– Wey (insistí) tu familia es súper religiosa, todas tus tías se la llevan en la iglesia, tu primo está por ordenarse como sacerdote en Mexicali.
– Los veo, no a todos, pero a una gran parte, y me pregunto: ¿De qué sirve ir tanto a misa, celebrar todas esas ceremonias, rituales, golpes de pecho, dar la mano (al hermano), levantar los brazos y rezar en voz alta el padre nuestro, etc..? ¿De qué sirve? Cuando la mayoría no perdona, juzga, no acepta a los demás, inventa chismes y mitotea, es infiel, son corruptos, roban, son vanidosos, envidiosos, no ayudan a su prójimo, o cuando ayudan es para obtener algo a cambio, etc.
– Pues sí.
– Pues sí.
Ya se habían consumado las alitas, y mi celular no paraba de vibrar, y es que después de cierto tiempo de estar fuera de la casa en horas no laborales, mi vieja me empieza a bombardear con mensajes “¿Cuánto te falta? o ¿Ya vienes? o me empieza a hacer encargos o preguntar cosas obvias.
– ¿Pedimos un ultimo tarro? – le pregunté.
– Pues ya estamos aquí. – contestó Adrián.
¿Cómo va tu relación con Dios? – me interrogó de la nada el pinche Adrián.
– Normal, supongo – contesté, más o menos con una idea de hacia donde iba la conversación.
Estábamos en el McCheves, apenas llevábamos tres tarros y las alitas humeantes acababan de salir de la cocina.
– Yo ya le dije a mi amá que me hice ateo – continuó Adrián con el tema.
– ¿y que te dijo? – pregunté antes de devorar una búfalo flaming hot wing (con mucha saliva en la boca).
– Pues, se quedó muy seria, después se soltó llorando, y entre sollozos murmuraba que si en qué había fallado como madre. Traté de consolarla pero no me pelaba, estaba como ida, creo que empezó a rezar y mejor me fui.
– Wey, a ver, convénceme de que Dios no existe.
– No tengo por que convencer a nadie, se fue dando con el tiempo, con los acontecimientos de mi propia vida, con lo que he leído, descubierto, comprobado, no se wey, es muy personal.
– ¿No tienes miedo irte al infierno wey?
– Ya estamos en un infierno, esa es parte de lo que me lleva a pensar de que no hay un Dios, ni Dioses ni nada.
Nos quedamos callados, solo el murmuro de las otras mesas, la música de fondo, y el sonido del pollo siendo masticado en nuestras mandíbulas retumbaba en nuestros tímpanos.
– Algo que me da coraje - interrumpió aún con comida en la boca – es que crean en los pinches santos, en la virgen de Guadalupe, en la santa muerte y otras cosas que nunca se han comprobado, y no creen que exista la puta vaquita marina cuando hay evidencia de que existe.
– No toques el tema de la puta vaquita wey, mi papá ha estado toda su vida en el mar, mis tíos, mi abuelo etcétera y nunca han visto una de esas madres.
Ahora sí me había hecho enojar el pinche Adrián, pensaba que lo conocía bien, llevábamos siete años trabajando juntos, había ido a todas las piñatas de mis hijos. Le di posada cuando su esposa lo corrió por hereje y me salió con que la vaquita si existe.
– ¿Cómo sabes que no? - continuó Adrián con un tono mas cauteloso - A lo mejor vieron una y pensaron que era un delfín bebé o algo. Además de que se esconden en cuanto escuchan el ruido de un motor o perciben vibraciones. Tu familia siempre ha pescado camarón, en esas redes no salen, salen en las de las totoabas o las de pangas que…
– No desquites tu falta de fé contra la comunidad pesquera – le dije con voz alta, interrumpiéndolo tembloroso de coraje - ellos le dieron vida a este puerto y a la región.
El bar se quedó callado, la gente se había dado cuenta de que nuestra tranquila conversación casual sobre la existencia de Dios había escalado y ahora alegábamos sobre la supuesta Vaquita Marina.
– No es eso, solo estoy pensando en voz alta – contestó.
– Pinche respeto wey.
– Ya pues.
– Ya pues.
– Pero sí, Dios no existe.
– Ya se que no wey, pero les ayuda a los chamacos a crecer con miedo y con respeto y con un sentido del bien común.
– Todo eso se puede enseñar, es cultural, se llama ética y no tiene nada que ver con la religión, va mas conectado a un avance como sociedad que con iglesias y falsos ídolos y todas las mentiras que cuentan para darle poder a unos cuantos.
– ¿Cómo el gobierno?
– Igual.
– Wey (insistí) tu familia es súper religiosa, todas tus tías se la llevan en la iglesia, tu primo está por ordenarse como sacerdote en Mexicali.
– Los veo, no a todos, pero a una gran parte, y me pregunto: ¿De qué sirve ir tanto a misa, celebrar todas esas ceremonias, rituales, golpes de pecho, dar la mano (al hermano), levantar los brazos y rezar en voz alta el padre nuestro, etc..? ¿De qué sirve? Cuando la mayoría no perdona, juzga, no acepta a los demás, inventa chismes y mitotea, es infiel, son corruptos, roban, son vanidosos, envidiosos, no ayudan a su prójimo, o cuando ayudan es para obtener algo a cambio, etc.
– Pues sí.
– Pues sí.
Ya se habían consumado las alitas, y mi celular no paraba de vibrar, y es que después de cierto tiempo de estar fuera de la casa en horas no laborales, mi vieja me empieza a bombardear con mensajes “¿Cuánto te falta? o ¿Ya vienes? o me empieza a hacer encargos o preguntar cosas obvias.
– ¿Pedimos un ultimo tarro? – le pregunté.
– Pues ya estamos aquí. – contestó Adrián.
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