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de Popotla a Tijuana I

(Popotla no te Rajes I) 

Al día siguiente Leticia se mostró algo preocupada, todo el camino de Popotla a Tijuana estuvo muy seria, con palabras atoradas y la mirada ida. Antes de que me dejara en la línea llegamos por tacos, yo quería llegar con el Franc pero estaba cerrado, llegamos al Taconazo; las taquerías en Tijuana han evolucionado mucho desde la última vez que viví en San Diego. Comimos en silencio y después ya no aguantó más y lo soltó: “Tomas demasiado Héctor”.

Le di un largo trago a mi coca de vidrio para pensar que contestarle: “No siempre” – le dije con una sonrisa.

“Siempre que te veo”- articuló al instante y con un tono elevado. “Es como si no quisieras estar aquí, sólo buscas entumecerte.”- continuó; “Mira, yo ya pasé por algo así, y me costó mucho trabajo estar en donde me encuentro actualmente.”

Los meseros no nos traían la puta cuenta y yo ya empezaba a sentir mucha presión en el pecho y ganas de correr. Huir ha sido siempre mi primera respuesta.

“¿No te divertiste anoche?” – le pregunté mientras le volvía a hacer señas a la mesera con más ímpetu.

“Sí, fue divertido y me la pasé muy bien, pero me preocupas un poco y me siento intranquila también por mí, no sé si esto es lo mejor para mí en este momento.”

La mesera vino por fin y dejó caer la charola de plástico sobre la mesa con fuerza, yo ya traía el billete listo en mano, pero no le importó y se fue de nuevo sin voltear a verme.

“Entiendo”- balbucee ya con un tono más serio. 

 

Leticia y yo nos conocimos en la universidad en Hermosillo, hace exactamente veinte años, yo solo estuve un año en esa ciudad, pero seguimos en contacto por redes sociales y amigos en común. Hace apenas dos meses que vio que estaba de vuelta en San Diego y me invitó un café si algún día de estos iba a Tijuana. Ella ya tiene cinco años viviendo acá en Baja California. Teníamos 12 años que no nos veíamos en persona, y el café se cambió a unas cervezas “Tranquilas”. 

 

“Lo último que quiero es causarte algún tipo de incomodidad” - dije, poniéndome de pie para ir a pagar la cuenta personalmente al cajero. 

Regresé a la mesa y dejé la propina, aunque a mi parecer no se lo merecía, pero después de muchos años trabajando en restaurantes y cafés conozco la putiza que es trabajar con gente y lo pesado que es ese oficio. Leticia se puso de pie y salimos al estacionamiento.

“Viene, Viene, Viene” – se escuchaba afuera. Leticia le dio propina a un señor que fingía ser parte del establecimiento. A esos cabrones nunca les doy propina, menos si el negocio cuenta con estacionamiento propio y seguridad.


La frontera estaba cerca de la taquería, nos fuimos de paso, entre los millones de carros haciendo fila para cruzar a Estados Unidos, el tráfico habitual de Tijuana y la falta de señalización se nos fue la salida. Ya en el segundo intento nos estacionamos entre decenas de taxis apurados y molestos, vi la fila peatonal que doblaba, no se le veía fin. Leticia salió del auto y abrió la cajuela, saqué mi mochila y nos abrazamos, fuerte y largo; algo me dijo que ya no la volvería a ver, por lo menos en mucho tiempo. Di unos pasos, me di vuelta para verla pero ya no estaba. “Hubiera ido al baño en la taquería”- pensé.

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