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Recuerdos de Rock & Roll

 ... (no recuerdo) 



No recuerdo mucho, Diana dice que entró a la recámara y yo estaba dormido, completamente desparramado boca abajo sobre la cama del hotel; ella me asegura que me dio un masaje en la espalda y después me hizo “piojito”. También me dijo que cuando desperté tuvimos una conversación, que le hablé sobre mi soledad, y que le pregunté sobre demonios “¿Cúantos hay?”. 

Diana se había ido a un evento familiar, le tocó ayudar con la organización y la decoración, solo iba a hacer acto de presencia, pero todos sabemos cómo es eso. Por mientras fui a comer a un Applebee’s que estaba cerca, sentado en la barra me tomé seis Stellas Artois, casi casi seguidas, necesitaba algo así ligero y refrescante, porque las IPAs de la noche anterior me habían dejado el paladar muy marcado. Cuando por fin llegó la ensalada de pollo ya no tenía mucha hambre, pero comí ya que sabía que necesitaba algo de energía y sustento, el plan era durar toda la noche. A mi lado se sentó un señor igualito a Charles Bukowski, la misma cara hermosamente cacariza, la nariz grande y roja, los ojos de maniaco, ligeramente calvo y con una barba sin estilo ni peinar. Estaba jorobado y así duró un par de tragos, hasta que llegó una mujer, mucho más joven que él, y se sentó a su lado, escuché a Charles hablar un español muy jodidamente machacado, con un acento gringo; la acompañante se reía y le tomaba el brazo. Del otro lado de la barra un grupo de amigos, pidieron que pusieran el fútbol, esa fue mi señal de escape.

Caminé hacia el hotel y vi un salón de belleza, entré y me atendieron a los 10 minutos. El mismo corte de primavera verano desde 1995. No tenían cambio, la señora mandó a un niño a traer feria, pero ya no aguantaba el cansancio y tenía que cumplirle a Diana, ir a la fiesta de sus amigos y causar una buena impresión. “Quédese con el cambio, de propina”- le dije, y salí de prisa. El hotel estaba lejos y el centro comercial que estaba de por medio me parecía infinito, tenía que atravesarlo y atravesar una multitud, familias, parejas, amigos, gente feliz.

A la mitad del camino había un restaurante japonés que parecía más un pub irlandés, y un letrero en cartulina hecho a mano que decía: Cerveza Artesanal. “Nomas una” – pensé, y entré. El lugar estaba a media luz, poca gente, me sentí cómodo. Sentado en la barra llegó la cantinera, joven,  guapa y con unas nalgotas redondas y paradas que su pantalón negro resaltaba muy bien.

– ¿Que le sirvo?” preguntó con un acento medio chilango.

– Vi que tienen cerveza artesanal…

– Sí, un par de IPAs y una Porter.

– ¿Cuáles IPAs?

Escogí una doble IPA, muy buena, pero no recuerdo el nombre, local, de Rosarito. La cantinera se fue al otro extremo de la barra y ya no pude verla, me pareció lo mejor. El putazo que pega una doble IPA con nueve grados de alcohol es magnífico, de un momento a otro ya habían pasado un par de horas y yo sin moverme, ido, tomando y pensando en mis hijos, en el daño que les hago al alejarme cada vez más, en la mierda que soy, y en mi padre y la única vez que lo vi llegar borracho a la casa; en eso mi hijo mayor me manda un mensaje: “te amo papi” junto a un sticker de un corazón. Eso bastó para que mis ojos se transformaran en un riachuelo, de por sí mis ojos son papujados y medio chinos, se hincharon más, me podía ver entre las botellas del bar, en la pared que está frente, aparador o vitrina o estantería de cristal y espejos, apenas abiertos, brillosos y rojos. Fui al baño y me traje mil servilletas para las lágrimas que no paraban de brotar. La mesera al verme hecho pedazos cambió de posición y mandó a un joven a atenderme.

– Otra por fa…

– ¿Igual?

– Igual.

El acento del joven era de Centro América, y ya le tuve de preguntar. Deportado, de Venezuela, prefirió quedarse en Rosarito. Blah blah blah. A mi lado llega otra mesera, iba entrando a trabajar, chaparrita, más joven que la cantinera y un cuerpecito muy bien formado, también con acento de aquellos lugares. No me atreví a preguntarle, ya sabía que estaba muy borracho y no era mi intención (en ese momento) andar asustando gente; pero le pregunté al cantinero Venezolano “ella es de Colombia” misma historia, deportada, lejos de su familia, sola, etc. Me acordé de Diana y vi que ya era tarde. Me tomé creo que la sexta o séptima cerveza ahí, con prisa, mientras le hacía señas al pana que me trajera la cuenta.

No recuerdo el camino al hotel, tengo la imagen mental de poner unas cervezas a helar en el lavado, con hielo que milagrosamente subí a la habitación, no se como. Lo que sí recuerdo es contemplar las luces desde el noveno piso del hotel, el pavimento se veía blando, suave, acogedor.

– No tienes que ir…

– Claro, compré una peluca.

Dice Diana que me puse de pie, dure así un instante, inmóvil, mis ojos se pusieron en blanco y me deje caer de nuevo a la cama, y que tres segundos después me volví a incorporar con mucha energía. La abracé y la levanté con todas mis fuerzas hacia el techo, no recuerdo su sonrisa de nervios pero me la imagino. Me cambié, mi disfraz era mi ropa de todos los días, pero con delineador y una peluca de los ochenta. Diana mas o menos traía un disfraz como el mío, pero en lugar de peluca una bandana, en lugar de chamarra de mezclilla una de piel negra, en lugar de botas unas zapatillas picudas, más glam rock y yo más new wave.

Sería mentir si les digo que me acuerdo del camino a casa de sus amigos, era en una privada, con seguridad, eso sí recuerdo, llegamos y estaban todos ahí, nos presentaron, no recuerdo los nombres, solo que yo era el único con peluca. Al parecer en el camino llegamos por cerveza, la acomodamos en el refrigerador, Diana llevó rajas con crema y paté de atún para botana, pusimos eso en la barra junto con otros refrigerios.

Gracias a toda la cerveza y a que iba metido en mi personaje de rockstar fue fácil convivir con personas desconocidas, bailamos, cantamos, hice el ridículo como siempre, haciéndome el chistoso, hasta que la vergüenza obligó a Diana a llevarme lejos de esa casa y de sus amigos. Hizo bien, porque ya no tenía control, ya no era yo, era ese rockstar de los ochenta, pero viejo y sin talento, destrozado, completamente embrutecido, sin filtros, sin límites, sin un ápice de vergüenza.

 

Al día siguiente mientras comíamos ostiones Diana me dice:

“Me acordaba que estabas loco, pero no tanto, de hecho, te quería advertir de mis amigos que están medio piratas pero te los llevaste de paso.

– “Es el espíritu del vino” le contesté fingiendo no tener dolor de cabeza ni malestar alguno. Extrañaba tener puesta esa peluca, el delineador negro aún marcaba mis ojos “unas micheladas y como nuevo” – pensé. Sentía el Rock & Rock volviendo. 

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