- “Si gustas ponerte más cómodo” - me dijo, con voz profunda y relajada. Su rostro no tenía expresión pero emanaba sabiduría y confianza, se reclinó más en su asiento, su mirada perdida en el horizonte, lo que lo hacía más fácil, contarle a un desconocido mis problemas.
Con el dedo índice acomodó sus lentes. Después prosiguió:
- “...cuando estamos pasando por un dolor de este tipo, entramos en una especie de luto, yo se que dices que no sientes nada, que estás como adormecido, muerto en vida, pero tú mismo me has dicho que en cuanto recuerdas a tus hijos, o hablas con ellos tu corazón salta de júbilo (o tristeza)...” -se tomó una pausa para ver su celular- “...es un mecanismo de defensa, (continuó) un escudo que tu mente y tu corazón han puesto para que puedas salir adelante. Te recomiendo que retomes las mismas actividades que practicabas en Peñasco, que hagas deporte, eso siempre ayuda mucho.”
- tiene razón (pensé, la actividad física me ha sacado de otros calabozos parecidos).
- “Y bueno joven, ya llegamos a su destino, le encargo que me deje una buena calificación en la aplicación, y échale ganas, todo es temporal.”
- “gracias Don, y suerte con comprar otro carro para rentarlo con Uber”.
Me bajé del auto y entré a la Tropiconga de prisa para alcanzar lugar en la barra antes de que empezaran a tocar los Deloreans.
- “Mañana empiezo el gym” - pensé, mientras le señalaba al cantinero que me sirviera un tarro de los grandes de Tecate roja.
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