Anoche me metí a la cama temprano. Tenía que lavar ropa, sábanas, toallas, pero el sueño me venció. Me tomé mis pastillas y dormí profundamente. A las 5:30 am sonó mi primera alarma, pero no pude levantarme. A las 6:00 am que sonó la segunda alarma tampoco pude reaccionar. Mi cuerpo no me obedecía, pero estaba despierto, varias veces en ese estado tomaba el celular para ver la hora, y solo hacía el cálculo mental de que a qué hora llegaría al trabajo si me levantaba a tal hora, también pensaba en qué ponerme, escuchaba la lluvia, trataba de decidir entre la chamarra de piel o la gabardina café. “Levántate pendejo”- me decía “Levántate cabrón, vas a llegar tarde.” Pero no reaccionaba. Me acomodaba hacia un lado, después me volteaba hacia el otro. Al mismo tiempo de que me repetía que tenía que levantarme me acurrucaba para seguir acostado.
Abrí los ojos, estaba en Peñasco, era de día, estaba recogiendo a Hectorcito en casa de sus amigos del colegio, manejaba el Ford F-150 negro que era de mi hermano a principios de lo 90’s. La casa del amiguito de Héctor estaba justo en frente de la casa donde ahora vive con su mamá y sus hermanos, donde yo vivía con ellos en El Mirador hace varios años. Lo extraño era que en esa casa ahora vivía mi amá. Hectorcito jugaba en el patio con muchos amigos de su edad, desde afuera de la propiedad, parado en la calle de arena le grité: “Ya casi nos tenemos que ir, despídete”. Hectorcito como siempre me hizo caso y empezó a despedirse. Escuchaba a sus amiguitos decirle que se quedara otro rato, pero él decía que no podía porque teníamos que irnos a San Diego. “Sabes qué Héctor” – le grité “Quédate a jugar otro ratito en lo que voy a la casa de tu nana por las maletas”. Los niños hicieron su bullicio de alegría y regresaron a corretear en el corral de tierra, levantando polvo a cada paso. Podía verlos a través del cerco improvisado hecho de ramas de ocotillo y chinchorro.
Entré por las maletas al garaje, estaba lleno de muebles tapados con sábanas blancas, había una escalera que subía a un ático, no era de las que se retractaban del techo, estaba fija y era de madera sin pulir, sin lijar, sin barniz ni nada, las astillas se veían a simple vista. Arriba en el ático todo estaba igual, tapado con sábanas blancas, vi las maletas en el suelo. El piso era de la misma madera que las escaleras, pero tenía una capa gruesa de polvo. Sentí un sueño inmenso y la necesidad de recostarme junto a las maletas. Las tablas estaban frías. Me acordé de Hectorcito y del viaje y quise levantarme, pero no podía, veía mi cuerpo sin fuerzas casi desde otra perspectiva, o por lo menos así se sentía, intenté arrastrarme hasta las escaleras, pero no podía moverme. Podía sentir mis piernas, mis brazos, la piel descubierta tocando la áspera madera y el polvo que se me pegaba en mis brazos inertes. “Levántate pendejo”- me decía “Levántate cabrón, se te va a hacer tarde.” Pero no reaccionaba. Me acomodaba hacia un lado, después me volteaba hacia el otro. Me repetía que tenía que levantarme y pensaba en Hectorcito, pero al mismo tiempo mi cuerpo se acurrucaba para seguir acostado.
Abrí los ojos, estaba en el depa de nuevo, la luz seguía prendida, la encendí desde las 5:30 de la mañana cuando sonó mi primer alarma. La lluvia seguía cayendo con mucha fuerza. Busqué mi teléfono en el buró, pero no estaba, tentaleé alrededor de mi cuerpo y lo encontré entre mis sábanas. La pantalla marcaba las 8:30 am. Me decidí por la chamarra de piel, una camisa, una corbata, unos pantalones de mezclilla y las Dr. Martens. Puse el celular sobre el buró y después me di media vuelta, me tapé de nuevo y cerré los ojos, aún podía sentir la madera fría y seca, el polvo del ático. Podía escuchar a Héctor con sus amigos jugando al cruzar la calle. “Ya está bueno” – me dije. Pero me di otra vuelta, jalé la colcha hasta mi cuello y cerré los ojos. “Si llego a las diez al trabajo tengo que salir a las siete” – pensé. “Fuck”.
Abrí los ojos, por suerte seguía en mi depa, me destapé, intenté levantarme, pero mis párpados pesaban demasiado. Pasaron unos minutos (creo) y por fin pude erguir mi cuerpo. Por un momento pensé que la pesadez volvería a vencer mi voluntad, pero esta vez ya no me sumergí en mi lecho, aunque era lo que más se me antojaba, hundirme en mi colchón, entre mis sábanas y mi colcha, en la oscuridad, con la persiana cerrada, y el sonido de la lluvia rumoreando afuera, en unísono, queriendo entrar a la recámara, a mi mente, fusionando todo con la nada.
Comentarios
Publicar un comentario