Estoy en un bar medio rudo en el lado este del centro de San Diego, estoy aquí por trabajo, vine a grabar un video de una nueva aplicación móvil que vamos a promover y quise que en el mapa saliera el estadio de Los Padres. La app te ayuda a encontrar estacionamiento, te muestra las tarifas, y puedes extender tu estadía desde tu celular sin tener que salir a poner monedas. Tenía que esperar a que se agotara el tiempo del parquímetro para grabar los siguientes pasos y opciones. Por suerte vi un letrero que decía brewery como a dos cuadras de donde me estacioné y fijé mi trayecto. En el camino una docena de homeless acampando en las banquetas (si se le puede llamar acampar), algunos inconscientes bajo el achicharrante sol de medio día, abrazando una transparente bolsa de Walmart con pocas pertenencias, papeles, fotos, calzones; lo más importante.
El bar se llama Knotty Barrel, en la esquina de la calle Market y Novena avenida. Es un bar como miles de bares, oscuro, sucio, una barra larga pegada a la pared con sillas altas, una gran variedad de cervezas de barril mostradas con orgullo y un refrigerador con coloridas latas y botellas de marcas locales, regionales, nacionales e internacionales; algunas mesas y butacas y decoración de marcas europeas de cerveza, equipos deportivos y su propia mercancía colgada junto con letreros con sus respectivos precios. La música de fondo es AC/DC o algo similar. La taberna no está llena y a simple vista puedo darme cuenta de que hay personas de todos tipos y todas las edades.
Me senté en la barra, a dos sillas a la izquierda de dos mujeres con laptops, y a tres sillas a la derecha de dos señores que conversaban y reían estruendosamente. Sobre la barra un código QR con las opciones de bebidas y comida. “What can I get you honey” – dijo una voz chillona, levanté la mirada y era el o la bartenderque me miraba mientras secaba un vaso. “Give me a minute” – le contesté con una amable sonrisa miles de veces practicada. El o la bartender se dio media vuelta y empezó a ponerle hielo al vaso, después agua y después un popote negro. “Definitivamente era el, pero ahora es ella” – pensé. “I’m going to start with the blonde ale please”-le dije con la misma sonrisa ensayada pero genuina. “eight or fourteen ounce hon’?” – preguntó. “14”- contesté. Mi sonrisa no es fingida, lo que pasa es que mi rostro no es muy expresivo y no quiero parecer grosero. “Can I get you any food?” – preguntó de nuevo la bartender. “In a little bit” – respondí mirando mi reloj. El tiempo de estacionamiento era de una hora con veinte minutos, tenía que esperar a unos minutos antes de que venciera para lograr grabar la notificación y posteriormente los pasos para extender el tiempo del parquímetro. Le pedí a Siri que pusiera una alarma.
Después de la blonde ale pedí una hazy IPA y una ensalada de salmón. Por mientras pasa el tiempo hago unas grabaciones de pantallas de los settings, de los pasos para pagar, agregar un automóvil, y otras funciones de la app.
Una muchacha rubia y relativamente joven llega y se sienta a mi lado, también saca una laptop. La bartender llega y la saluda con mucha familiaridad. “The usual?” – pregunta la bartender. “The usual!” – afirma la güera. Momentos después regresa con un Old Fashioned o un trago similar. “Any plans this weekend?” – le pregunta la joven a mi lado mientras teclea frenéticamente. “Me and Michael are going to a shooting range in San Marcos”- empezó a contarle la bartender. “Tiene novio”- pensé. El resto de la conversación la silencié.
Mi tercera y última cerveza fue una amber, también pedí un vaso de agua. Se termina un playlist de rock ochentero y empieza a sonar Taylor Swift. La güera sentada a un lado mío le grita a un fulano fiero postrado al fondo del bar: “Larry did you put this song?” A lo que Larry le responde: “I’m a Swifty!”
El tipo que parecía haber sido sacado directo de la serie Duck Dynasty se acerca con su botella de Budweiser, una barriga digna de Buddha, una barba de medio metro y su gorra de troquero llena de aceite. Se chinga lo que quedaba de cerveza de un solo trago y le hace la señal de que quiere una más a la bartender mientras se limpia su American-style lager del bigote y la barba con el peludo antebrazo. "You know...(burp)" – empieza a platicarle a la chica sentada a mi lado "...I've been to ten Taylor Swift concerts, and they just keep getting better."
Por suerte sonó la alarma, mi labor grabando las capturas de pantalla llegó a su fin. Pagué mi cuenta con la tarjeta de crédito del trabajo y pensativo salí en busca de mi carro.
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